Suspensión ad divinis
Por: Enrique Verástegui Poeta - El Comercio

Esto solo quiere decir una cosa: Maradona, que tan bien juega al fútbol y que ofende sin que le importe la herida ajena, debe ofrecer disculpas, y asunto arreglado. No porque importe los entretelones de tamaño escándalo sino porque (estamos en pleno cambio de sociedad, donde es necesario construirse una ética) el deportista, y sobre todo el cultivador del deporte masivo, no solo es el ídolo a seguir sino el modelo de vida que la juventud se traza para sí. No buscamos una sociedad de desalmados sino una sociedad equilibrada, donde los justos no paguen por los pecadores y donde todo sea transparente.

Una época ecléctica esta, y de fluctuación de valores, donde ante los trompicones de la religión y el secretismo absurdo de las escuelas esotéricas, el becerro de oro que nos prohibía Moisés, y me refiero al fútbol como nuevo becerro de oro, se ha adueñado de las mentes de las masas. Este elogio del fútbol se ha convertido en un despotricar del deporte por culpa de Maradona, que ve fantasmas donde no los hay, excepto en su cabeza exaltada.
Haría bien en renunciar Maradona, dejando a su selección clasificada para el Mundial que se jugará en Sudáfrica, y haría bien en no importunarnos la paciencia sabiendo que la crisis económica de la que acabamos de salir nos trae el mal recuerdo que cualquier crisis puede producir. Ese, me parece, es el espíritu olímpico y el buen ejemplo de todo deporte, y el golf es un deporte olímpico, por ejemplo, que en el cultivo del cuerpo, tanto como de la mente, encuentra la justificación a su existencia. Pero, vamos, juguemos al fútbol, aunque Maradona nos grite, echándonos los fantasmas de su mente.
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