A la altura del kilómetro 141 de la Panamericana Sur, entre los distritos de San Luis y San Vicente de Cañete, nos encontramos con este hermoso castillo de estilo morisco construido a lo largo del siglo XIX. ¿Cómo empieza su historia? Hasta el siglo XVIII, aquí estaba la Hacienda Arona (cuyo nombre primitivo fue Matarratones), propiedad de don Agustín de Landaburu, quien la dejó como herencia a su hijo. Sin embargo, éste, al no tener descendencia, se la obsequió a su preceptor, el médico, científico y insigne prócer de nuestra Independencia, don Hipólito Unanue. Era una hacienda azucarera, que recibió el nombre de Arona en alusión a un municipio del mismo nombre ubicado en Tenerife (Islas Canarias). Según algunas noticias, la construcción de este complejo azucarero colonial data del siglo XVII, y fue culminado, incluyendo la capilla, en la centuria siguiente. Hasta inicios del siglo XIX, en sus viejos galpones, vivían poco más de 400 esclavos negros de ambos sexos y de toda edad.
Cuando el Prócer tomó propiedad del complejo azucarero, fue conocida, genéricamente, como “hacienda Unanue”. Don Hipólito murió aquí, ya retirado de la política, en 1833, y el complejo fue dividido entre sus dos hijos. A su hija Francisca le tocó la Hacienda Arona (aquí luego viviría Pedro Paz Soldán y Unanue, hijo de Pedro Paz Soldán y de Francisca Unanue, más conocido con el sobrenombre de Juan de Arona) y a su hijo José un fundo que tomó el nombre de Unanue. Fue don José, entonces, el que inició, en 1843, la construcción de la nueva casa hacienda, de estilo arabesco, popularmente conocida como “Castillo Unanue”. El 5 de enero de 1895, murió intestado en Chorrillos.
La construcción del popular “Castillo” comenzó a fines de 1843 y demoró hasta finales de la década de 1890, casi 60 años de esfuerzo del hijo del Prócer que, de esta manera, cumplió el sueño de construir la residencia más lujosa de la costa peruana, además de un homenaje a la memoria de si ilustre padre. Se calcula que se gastó unos mil pesos de oro, poco más de un millón de dólares de nuestros días. Los vitrales, los mármoles y las rejas de fierro y bronce, por ejemplo, fueron traídos desde Italia. El estilo del edificio es mozárabe, siguiendo una línea neogótica. También hay túneles y calabozos, que se usaron en 1924 como primera cárcel del pueblo de Cañete. La ligera elevación de la construcción, al parecer, se debe a la existencia de una huaca prehispánica.
Por esta deslumbrante mansión pasaron, Alexander von Humboldt, Benjamín Vicuña Mackenna, Ernest Middendorf, Antonio Raimondi y Jorge Basadre. Según algunos, su construcción sería única en su género en América del Sur, sólo comparada con el castillo del emperador Pedro II de Brasil, cerca de Río de Janeiro.
Se cuentan varias historias relacionadas al “Castillo Unanue”. Una se refiere a que, por reclamar su propiedad, un centenar de comuneros del fundo Cochahuasí fueron encerrados en los subterráneos del Castillo y nunca más se supo de ellos, no salieron con vida. Otra tradición oral de Cañete asegura que el “Castillo” tiene tres túneles; uno lo conecta con la Hacienda Montalbán (a 3 kilómetros); el otro con la Hacienda Arona (a 5 kilómetros) y de allí al puerto de Cerro Azul (a 10 kilómetros) y el tercero a playa de Cochahuasí (a 3 kilómetros). También dicen que estos caminos subterráneos habrían servido de escape a varios ladrones o delincuentes de la zona. El tradicionista Ricardo Palma narra que “recuerdan los viejos naturales de Cañete, la figura varonil por los caminos cabalgando en el más brioso potro del valle… ¡Es don José!, ¡es don José Unanue, decían los cañetanos, cediendo respetuosos el paso al rico hombre que avanzaba gallardo y donjuanero a visitar las rancherías”.
Por su lado, Eugenio Alarco Larrabure, tataranieto de Hipólito Unanue, comentaba, en 1999, cuando tenía 91 años de edad, que fue José Unanue de la Cuba (hijo de Hipólito), quien –en uno de sus viajes al río Rin de Alemania– compró uno de los castillos que se encontraba en la ciudad de Baviera, “tomó uno de los barcos que por esos días se enrumbaba al Perú y aprovechó para trasladar gran parte del castillo. Trajo ventanas, puertas, muebles, vidrios, mármoles, rejas, y lo desembarcó directamente en el muelle de Cerro Azul”… sesenta años tardó para que ‘Pepe’ hiciera realidad el sueño de tener la residencia más suntuosa de la costa peruana, en la memoria de su padre”. Según Víctor Andrés García Belaunde (en Cañete Ayer y Hoy), el “Castillo” se ubicaba dentro “de un bellísimo fundo de 900 fanegadas que recorrido por un ferrocarril a vapor comunicaba con sus oficinas”.
Con la Reforma Agraria decretada por Velasco, le vino la decadencia al “Castillo”. No solo vino el saqueo de su mobiliario sino que también se secó el jardín botánico en el que había palmeras, magnolias, nogales, pinos y alcornoques; también desaparecieron los pavos reales, patos, halcones, gorriones, chilipillos, jilgueros, colibríes, faisanes y gansos; también las tortugas y peces de colores llamados purpurinos, tornasolados y dorados. Luego, en 1972, fue declarado Monumento Histórico Nacional. Sin embargo, a pesar de su cercanía a Lima y de su notable importancia histórica y arquitectónica, poca gente conoce esta mansión republicana. En 1999, se invirtieron algunos miles de dólares para hacer un estudio y poner en valor el monumento, pero el proyecto no prosperó.
Lamentablemente, el terremoto del 15 de agosto de 2007 afectó sus cimientos, y derruyeron las cuatro torres coronadas con merlones y almenas que servían para proteger el pecho del guerrero; las grietas, por su lado, alcanzan a las troneras y saeteras diseñadas para disparar flechas, piedras o agua hirviendo al enemigo. También se encuentran afectados los cuatro minaretes que en alto relieve inscriben la señal de la cruz como las mezquitas de Tierra Santa. Se supone que son los trabajadores de la ex “Cooperativa Agraria de Usuarios Cerro Blanco Unanue” los que administran el palacio republicano. (Blog Pucp)
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