6/09/2012

UNA FLOR AMARILLA QUE ABRIO LAS PUERTAS DE LA LITERATURA A UN CRONOPIO CAÑETANO


Una tarde en compañía de mis padres acudimos a lo que era entonces todavía la paradita de Imperial. Y mientras ellos compraban algunos enseres este niño se acercó a una tienda. ¿Cuál? No recuerdo ahora. En ella, con un gran cartel que debía decir Gran Oferta o quizá Remate o Cualquier libro a dos soles encontré en una ruma uno pequeño, de bolsillo, de nombre poco atractivo: Una Flor Amarilla y en ella un hombre sufriente atisbaba un girasol. Me lo compraron.


Fue entonces conocer al primer mortal del mundo, a la pena del poco de canela en la leche,  a las hormigas que  que atacaban un floral por el despecho de un amor de niño no correspondido, pero sobretodo a  la leve línea que puede separar dos realidades tales que convierten al motociclista en un guerrero víctima de la guerra florida o al amante en un guerrero que en el coliseo romano paga con su vida la victoria contra el gigante nubio.

Julio Cortazar era el autor argentino de esos cuentos maravillosos en donde la realidad y la ficción se confundían, entrelazaban y hacía tan latente la posibilidad que lo que vivíamos no fuera sino un sueño. Hoy, muchos años después, con la colección completa de sus  cuentos en mi biblioteca en presentaciones ostentosas aún recurro al viejo, diminuto  y amarillento libro de remate porque aquel no fue sino la llave del mundo literario que gracias a Dios no terminó de conocer.




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