
Ya afuera el panorama no era menos dantesco: arboles en frenético movimiento, pistas surcadas por olas, postes en vaiven interminable y cables que parecian querer descolagarse y ganar el suelo. Rodeado de casas de dos pisos en una calle estrecha y con un arco de cemento a pocos metros me pareció entonces por primera vez que viviamos en una trampa.
Pasado el movimiento más fuerte sin luz eléctrica, sin comunicaciones, con gente llorando arrodilladas en la calle clamando a Dios aplacar su ira, con los colchones y frazadas en la calle, y apesar que desde entonces la tierra se siguió escarapelando cada 10 minutos agradecí por que el terremoto del 2007 no nos hizo nada. Estábamos juntos y bien, asustados pero bien.
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