El mediodía nos encuentra serpenteando los vertiginosos cerros que a veces se pintan de gris, otras de verde y algunas de púrpura, estirándose en esta cordillera andina que se eleva hasta los 5,000 metros de altitud. Tanto Artemio Quispe De la Cruz (presidente de la Comunidad Campesina Niño Jesús de Ayavirí) y el escolar Atilio Soriano Lucas, coinciden en que su tierra no se encuentra en las guías turísticas, pero existen buenas razones para empezar a conocerlas. Según el historiador Max Espinoza Galarza en su libro “Topónimos Quechuas del Perú”, dice que Ayavirí proviene de las voces “aya” (cadáver) y “huiri” (faja de envolver cadáveres); es decir, se trataría de un pueblo de embalsamadores. Como quiera que sea, la historia también recuerda que fue en 1537 cuando se dio la batalla de Ayavirí, en la que murió Allin Songo Inca -uno de los capitanes de Manco Inca- al participar del ataque a la Lima de entonces.
Al rayar el alba ya estábamos otra vez camino a los gélidos nevados y lagunas. La naturaleza impone sus propias reglas. No hay mapa y tampoco contamos con GPS para la ubicación geográfica, pero los ayavirinos conocen su tierra al dedillo. Nos acompaña Guillermo Fernández Lucas, un excelente guía a quien le dicen “el gordo”. En la ruta se detiene varias veces para hablarnos de las vizcachas, de las huallatas que siempre andan en parejas, de los restos arqueológicos de Cullpamarca y de sus prodigiosas pescas de truchas. Así, pasamos los lugares conocidos como Ñauñacu, Ampa, Yaulía, Carhuayo, Pantani, Tucumachi, Cachipampa y luego nos sorprende la catarata de Pilacanchani con sus 40 metros de caída libre y sus historias de sirenas en luna llena.
Antes de despedirnos, nuestras retinas guardan los matices de una sierra viva y sobrecogedora. Por 25 soles, los visitantes pueden tomar unas minivan en la ciudad de Mala. La ruta que siguen es Asia, Coayllo, Omas, Pilas, Tamará y en cinco horas se arriba. Un recorrido fascinante, siempre en movimiento como el río Mala, como los zorros que nos acompañan en el camino, como los pinceles que cada año nuevo el Niño Jesús pinta de fiesta esta maravillosa tierra llamada Ayavirí.
Texto y fotos: Iván Reyna Ramos
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