Semana Santa era
sobretodo el frejol colado que nos tocaba junto con mi hermano. En
ollitas o tasas pequeñas espolvoreado de un crocante ajojolí era nuestro
pequeño botín repartido en partes iguales por mamá y que comias con
cucharas soperas y embadurnando panes y galletas.
La abuela Elsa lo había elaborado, durante horas de horas, a leña entre
los chismes de doña Aleja y doña Rosa, sus hijas, las travesuras de los
nietos que más que nada molestabamos exponiéndonos al asfixiante calor
de la leña que nos hacía arder los ojos y lagrimear y moquear.
Un kilo de frejol por un kilo de azucar rubia es lamentablemente lo poco
que me acuerdo de la receta, leche condensada y muchas horas de
elaboración moviendo con cucharon de palo no solo la burbujeante lava
marrón sino también los recuerdos y con ellos afianzando los lazos
familiares.
Hoy doña Elsa ya no puede volver a darnos ese
riquísimo tesoro negro, compramos colao pero ya no tiene el sabor de
familia, de lo tuyo. Se perdió la tradición de esa forma de prepara
frejol en mi familia.
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